13 nov 2011

Sobre los excesos


Hace algún tiempo que reflexiono entorno al banco del tiempo. Aunque es un modelo económico primario y poco extendido en nuestra sociedad capitalista-egoísta, nos reencontramos hace poco. Por un lado, gracias a los voluntariados, puesto que lo entiendo como un intercambio de servicios por tiempo. Por otro, me encantó la manera en que lo ofrecían en el proyecto Crossing de la Casa sul Pozzo como una oportunidad: los usuarios del proyecto, adolescentes, pueden aportar voluntariamente sus servicios a la comunidad en forma de tiempo social, y en cuanto hayan acumulado un “saco” (léase 60 horas) pueden acceder a la bolsa de trabajo para tener un trabajo remunerado en verano. Este modelo, además de proponer fomentar relaciones sociales e igualdad entre diferentes estratos sociales y económicos, se basa en el crédito mutuo. Son transacciones de crédito y débito donde el tiempo de cada participante se valora por igual y alienta el servicio recíproco de la comunidad.

De aquí, los excedentes y necesidades. En otro post hablaré más extensamente sobre la actual debilidad y desgaste del estado del bienestar, ya que tengo la certeza de que somos nosotros mismos (cada uno con su propia aportación) quienes tenemos la obligación de crear y renovar los mecanismos de compensación de la sociedad. Dejando aparte el sistema fiscal español, donde a partir del principio de capacidad y progresividad se podría redistribuir la riqueza, me siento moralmente obligada a implicarme, a ayudar, a crear, y si se me permite la expresión, a ofrecer alternativas para reconducir los excedentes a las necesidades. Dicho de otra manera, tengo el deber de ser proactiva y de ponerme a disposición de la sociedad. Toda yo. Como mujer, persona adulta, con conciencia y sentimientos. Que piensa, razona, tiene experiencia y un largo recorrido por delante. Con mi salubridad, mi humilde punto de vista y siempre, siempre, siempre, con la vista puesta en los demás. Siento que puedo, y debo, ser una herramienta humana para promover valores y ejercer mis conocimientos para la mejora de este nuestro mundo. A mí personalmente me encanta, aunque hay un montón de cosas y mecanismos que no funcionan o que creo que son nocivos. Desde este lugar, pretendo cambiarlo. No ha decir que si lo voy a lograr o no –tampoco prevaldrá sólo mi punto de vista, es consenso de muchos- sino que al menos lo intentaré. El día de mañana, cuando les cuente a mis nietos y nietas todas las historias fantásticas que me han sucedido, las experiencias vividas, las casualidades que me persiguen y mis acciones en Pro de un mundo mejor, les podré decir que intenté hacer algo. No voy a dejar solo que pase, sino que me implico y aporto.

Entonces, si tengo capacidades y habilidades, que se transforman en tiempo, también se pueden transformar en sonrisas. Disfruto haciendo cosas por los demás, compartiendo mi vida (y así se multiplica) y estando disponible para lo que haga falta. Hace tiempo, cuando estaba planeando hacerme cooperante, soñaba con viajar por el mundo, curando a niños mal nutridos. Más tarde este sueño se transformó en dar microcréditos en el oeste de la India a mujeres de pequeñas cooperativas (salté de la ayuda sanitaria a la humanitaria, básicamente porque no pude acceder a la Medicina). También intenté colarme en una expedición al Sahara como Logista. Todo ello no cuajó. Sé que no hace falta irse a la otra punta del mundo para ayudar: en la esquina de casa hay mucho por hacer.

No me alargo más. Sólo agregar que he aprendido que el decrecimiento es condición fundamental para acercarnos a la esencia, a lo básico, a lo fundamental. A la vida.


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