12 ene 2013

Comiendo perdices.



- Padre, vengo a confesarme.
- Buenos días Pedro, adelante, vamos a un lugar más tranquilo. Ya ves el cristo que han montado hoy los de la asociación. Vamos hacia el patio que está bueno hoy el día.

Era una mañana de primavera, de esas de toda la vida. El sol, los pajaritos y las flores en su estado máximo de fecundidad. Todo rebosaba vida. Es más: no hacía ni frío ni calor. Si estuviéramos escribiendo una novela, parecería un estado utópico. Pero no, era la vida real. Como una mañana más del domingo. el banco de alimentos de Macondo se convertía en comedor social. Todos participaban. Los que necesitaban se sentían trabajando. Los que trabajaban se sentían necesitados. Todo era común. Los niños correteaban por el patio. Las mujeres intercambiaban recetas y algunos abuelos se sentaban en el banco de a tres interiorizando tanta vida y mirando con la mirada perdida.  

- Ves esta hortensia de aquí Pedro? -dijo el sacerdote señalando una plantita roja con tres flores en pleno apogeo- Es mi preferida. Siempre que paso le toco una hojita. A veces hasta la saludo cuando tengo algo de prisa…
- Le canta, padre?
- No hombre, no le canto. Pobrecita no la ves qué guapa está? - le contesta con una sonrisa de medio lado- Creo que si la cantara no estaría ni la mitad de estupenda. 

Pedro era un tipo normal. Aparentaba ser normal. Estaba casado con Ana desde hacía unos doce años, creo, y tenía dos hijos: Juan y María. Trabajaba de albañil desde siempre y su día a día se reducía a una rutina amena y sin quejas aparentes. Su mujer, Ana, era ama de casa. Sí, sé que hoy en día esto no es un título y que parece más que le ponemos un "algo" a su quehacer diario, y es que Ana aprendió de la vida eso: la vida. No es que no supiera hacer "algo" más, sino que con lo que hacía le bastaba.

- Cuánto falta para la Segunda Pascua, padre? - intenta despistar Pedro-
- Cómo?
- Sí, padre, que cuánto falta para el lunes aquél que es Segunda Pascua de Resurrección?- insiste Pedro-
- Puessss - dice Clemente arrastrando la ese buscando en su calendario mental- tendría que consultarlo. No recuerdo exactamente.
- Es que creo que sería un buen puente para…
Clemente le interrumpe la frase:
- Para qué Pedro? Dime, qué es lo que te preocupa?


Alguien diría a este punto del relato que Pedro tiene alguna preocupación? Alguna necesidad básica incubrible? O quizás tenía sólo sus necesidades espirituales saltando en su interior ansiosas por salir a la luz y ser compartidas? Queridos lectores, Pedro, ante esta afirmación quedo anonadado, en silencio. Su cara se arrugó toda de un lado, mientras guiñaba el ojo derecho, alumbrado por el sol de mediodía que le forzaba a filtrar tanto sol. Parecía como si estuviera sonriendo, en silencio, con la cara quieta y las manos dispuestas en las caderas. Miró por un momento al Padre de cara, de frente… 3, 2, 1… y bajó la cabeza estudiando el suelo. Silencio. 

- Nos sentaremos en este banquecito de aquí Pedro, es perfecto para que nos escuche. La gente mira, están todos tan charlatanes que ni siquiera se han dado cuenta de que no estamos. Je, je - prosigue- me encanta cuando estoy distante de todos y los observo desde fuera, aunque estando cerca. Es como si viviese su realidad desde fuera, pero sintiéndome cerca. Sabes Pedro? - dijo el padre cambiando el tono de voz- No hace falta que esté con ellos para ser parte de ellos. Estando aquí me siento que estoy, y que soy parte de ellos. Es como si viviera dos vidas en una… 

Ya sentados en el banco, el padre gira su mirada hacia Pedro y exclama como sorprendido:

- Ay perdona Pedro! jajaj - le dice cogiéndolo del hombro- pero si veníamos a hablar de tí y no de mí, disculpa. 
- Bueno, padre, tengo un problema, y gordo - dice totalmente serio Pedro-
- Ah! Y en qué te puedo yo ayudar? Como puedo hacer que te sientas mejor?
- Verá padre, es sobre Ana. Tengo algún problema mayor con ella.... 
- Veamos entonces, seguro que Ana estará encantada de escucharte también. La conozco desde niña y sé con certeza que te ama, y que pocas cosas podréis no superar juntos. 
- Sí, lo sé padre lo sé.
- Entonces, habéis reñido? -insite Clemente-
- Sí, básicamente sí, hemos discutido. Hace tiempo que ella está algo pesada, tonta, podría decir, con esas cosas de mujeres que siempre buscan problemas donde no los hay.
- Entiendo… -anñade Clemente-
- Cómo que entiende? -espeta Pedro- A qué se refiere con que entiende? Qué entiende?… o mejor dicho.. qué coño entiende usted padre? Usted no entiende qué es estar con una mujer exigente y que además no cubre las necesidades de uno. Todo el día en casa a la bartola, a sus cosas, con sus amigas y sus tonterías de yo qué sé sobre cursos… Y uno? Todo el día en la obra, a chupar frío con el bocadillo medio tieso día sí y casi día también..
- A ver Pedro.. - intenta interrumpirle-
- … y es que siempre estamos igual. Que cariño, que yo te quiero mucho, insiste la Ana, pero no, no estoy contento. Sé que hay cosas y cosas, y que la familia es lo primero, pero esto no…


El padre Clemente deja que Pedro se desfogue con sus preocupaciones mientras él, como uno de los abuelitos que se sientan de a tres en los bancos del patio, suelta la mirada al viento, libremente, para que con toda la libertad del alma escuchar a un pobre hombre que creía haberse topado con la infelicidad en persona y que, sin querer queriendo, la había matado, y enterrado provisionalmente en el jardín de su casa.

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